Alguna pieza de éste rompecabezas que soy se ha perdido en el camino. Supongo que la extraño porque lloro de la nada, bajando del avión, en la cena, en la calle, en el camión. Quiero entender a mis lágrimas pero ellas salen sin ninguna razón. Me sugieren ir a terapia, sé que algo no está bien. Recuerdo las palabras de mi maestra:
“Cuando no puedas sola busca ayuda. A veces la terapia es buena compañía”.
Hago cita, estoy frente a esta mujer joven, empática al cien por ciento. Le explico lo que me pasa y ella me pide que piense en algo que me hacía feliz de niña. Pienso… y nomás no lo hallo.
– ¿Bailar?
Sí, de niña tomé clases de danza.
– No, algo que hicieras por ti misma.
No lo hallo, una infancia pantanosa me llenó de responsabilidades desde que tengo memoria. Entonces recuerdo mi viejo deseo de aprender a nadar, de hundirme en el agua. Estar bajo del agua es estar libre del celular y de esas cosas que nos distraen de nosotros mismos. Elijo nadar, me inscribo en las clases y el primer día que me sumerjo al agua me doy cuenta que me sumerjo en mi misma y que las cosas no están tan mal y las lágrimas sí tienen sentido: quizá aparecen para equilibrar el peso de los días, el miedo por el temblor de año pasado, la muerte de mi hermana hace unos días, la traición del amigo, el impulso del trabajo y la nostalgia de casa han dejado cicatrices nuevas que no curan con remedios viejos. Me hundo en el agua y recuerdo su capacidad de lavar, de limpiar, de sanar. Abrazo el agua porque ella es vida para los Mayas y yo amo la vida. Entonces vuelvo a sonreír porque me doy cuenta que sólo he cambiado de agua; antes elegía el agua de mis lágrimas, ahora elijo el agua de esta piscina azul que me ayuda a llenar las piezas de mi vida.
Un comentario en “Yo amo la vida”
Wilmara
Hermoso! Cómo todo lo que escribes.
Felicidades Conchi por tu página, genial idea!